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jueves, 15 de octubre de 2015

La verdad.



Un hombre llevaba mucho tiempo en busca de la verdad. Había recorrido selvas, desiertos, ciudades… hasta que un sabio le confió el lugar donde encontraría lo que buscaba.
Tras varias jornadas de camino, por fin llegó a un inmenso templo excavado en la roca, se acercó a la entrada y, al ver que no había nadie, accedió a su interior.
Se sorprendió al descubrir una enorme estancia de varios pisos totalmente repleta de velas de aceite.
Al poco tiempo observó a un anciano que iba de vela en vela cuidando de ellas.

- ¿Es aquí donde puedo encontrar la verdad?
- Sí, aquí es, ve todas esas velas…
- Sí, ¿para qué son?
- Verá, cada una representa la vida de una persona, a medida que se consume el aceite significa que le va quedando menos tiempo.
- Vaya -contestó el viajero sorprendido -y podría indicarme usted cuál es la mía.
- ¿Seguro que desea saberlo? ¿Seguro que desea saber la verdad?
- Sí, claro, a eso he venido, por eso llevo caminando tanto tiempo, me gustaría conocer la verdad.
- En ese caso, sígame y la buscaremos.
Comenzaron a subir varias escaleras y, después de atravesar más de diez habitaciones, por fin llegaron a una pequeña sala.
- Esa de allí, la cuarta empezando por la derecha, es la suya.
El viajero se acercó lentamente a su vela y cuando ya la tenía enfrente, se dio cuenta de que la llama estaba flaqueando, casi a punto de extinguirse. Por eso cogió la vela de al lado con la intención de verter algo de aceite en la suya.
Cuando el aceite ya estaba a punto de pasar de una vela a la otra, el anciano le detuvo la mano.
- Pensé que buscaba la verdad.


- Eloy Moreno -
“Cuentos para entender el mundo”

martes, 7 de abril de 2015

Las aves...

No hace mucho tiempo que escuche una historia que no deja de dar vueltas en mi mente, es un cuento que ya había escuchado antes y tantas veces que perdí de vista la enseñanza oculta...

Cuenta la historia, que alguna vez, existió un ave que no se destacaba por su bello canto o por su distinguido plumaje, sino por tener la capacidad de volar 23 horas por día. Esta especie podía mantenerse en vuelo por tanto tiempo que se le auguraba poder ser eterna ya que no existiría ni depredador ni cazador, que pudiera seguir tan ajetreado ritmo. Esta ave era admirada por tantos, que la hora que pasaba en tierra descansando sus alas, también la pasaba charlando con aquellos que desearan escuchar sus maravillosas hazañas:

"El vuelo siempre ha sido mi fuerte, aunque no el de la familia. Mi padre tenia mas la habilidad de la gallina que la de un azor, sin embargo observando a las aves del cielo es que yo aprendí a volar y aun me mantengo en ello." Decía aquella incansable ave.

El resto de los animales a su alrededor escuchaba maravillado aquel prodigio de la naturaleza que con una historia tan complicada se había armado de valor para superar su pasado.

Los años pasaron y  esta maravillosa ave logro tener un polluelo, un avivado pajarillo que en la mirada ya se le veían las tremendas ganas de comerse el cielo y al cual su padre le heredaría todas sus enseñanzas...

"Hijo, para entender al cielo necesitaras ser muy inteligente y administrar muy bien tus energías." Decía el padre al polluelo. "No creo que puedas ser capaz de lograrlo dado que no eres tan inteligente, es mas te veo bastante torpe, pero tu deber es aprenderlo".

Todas estas lecciones le daban al polluelo toda la seguridad necesaria para poder replicar el aprendizaje de su padre... Odiar a su padre.

Esta por demás contar que el polluelo se convirtió en un ave enorme y llena de fuerza, con una velocidad inalcanzable y una agilidad nunca antes vista.
Sobra mencionar que para el padre su polluelo nunca logro empatar siquiera los días mas malos que tuvo.
Y no hay caso en mencionar que este polluelo jamas voló en presencia de su padre...

Nunca olviden que no hay peor crueldad, que arrancarle las alas a alguien y menospreciarlo por que no puede volar...


- Sucio -

sábado, 3 de enero de 2015

Libemor.


Viajaba yo un día en el tren en el vagón “mirador” y venía absorta observando como en el sillón de enfrente una señora jugaba con su hijo de más o menos un año de edad. Ella estaba recostada en el sillón del tren y su hijo yacía encima de ella. Sus rostros se hallaban frente a frente y mantenían un juego secreto que los hacía reír con muchas ganas: se platicaban, se hacían cosquillas. Jugaban a las escondidas. Y yo, descaradamente los veía, porque su juego también a mí me acariciaba.
De repente escuché una voz que me sacó del trance en que venía.
- “Le está tejiendo su “Libemor”, -dijo la voz-.
Me di la vuelta para ver quien había hablado y me encontré con una muchacha bonita (después supe que era un Hada).
- “¡Sí!” –me dijo- “Acaso no puedes verla?.”
- “No” –le respondí atónita- “Cómo dijiste?.”
- “Dije que al niño le están tejiendo su “Libemor”” –me respondió el Hada.-
Y después de una breve pausa, añadió:
- “Ya casi está terminada”.
Como en los trenes uno siempre tiene ganas de platicar, especialmente yo, pregunté intrigada:
- “Explícame qué es eso de “Libemor”
El Hada que ya sabía que yo se lo iba a preguntar, estaba lista para revelarme un gran secreto (las hadas no se aguantan las ganas de revelar secretos) y comenzó así:
- “El Mago Supremo le dio a la humanidad un don maravilloso… Le entregó las agujas “alfaga” que son las agujas mágicas con las que se teje la “Libemor”.Yo, la miraba y escuchaba asombrada.
- “La “Libemor -continuó el Hada-, es la capa mágica que cada madre teje a sus hijos y con la cual les confiere un enorme poder: el poder de AMAR. Cada vez que una madre acaricia a su hijo, le habla, lo atiende, lo alimenta o juega con él, vuelan las agujas “alfaga” y dan una puntada; y si el empeño no cesa o la tarea no se interrumpe, la “Libemor” cubrirá por completo al niño. Como la capa es invisible, nadie se explica porqué el niño de repente se siente tan confiado, tan seguro de sí mismo, ni porqué de buenas a primeras ya no le importa separarse de su mamá. Obviamente, -dijo el Hada con suficiencia- es el enorme poder de su “Libemor” lo que le permite actuar de esta manera, aunque no siempre es así” –añadió el hada con tristeza-.
- “Por qué?” –le pregunté.
- “Para tejer la “Libemor” de sus hijos, las madres tienen que amarlos y atenderlos con ternura y solicitud, y la tarea no debe interrumpirse hasta que la capa esté terminada. Si por alguna razón la madre y su hijo se separan antes de que esto ocurra, la capa se desteje… Se le van los hilos”.
- “Y de qué son esos hilos?.” –pregunté-
- “Son hilos de energía vital, que las madres toman de su propia ‘Libemor’. Ellas destejen su capa para tejer la de sus hijos, no hay forma más perfecta de amar.”
- “Y si no tienen “Libemor?.” –pregunté atemorizada-.
- “No deben tener hijos!” –respondió fulminante el Hada-.
- “Y si se quedan sin nada al destejer su capa?.” –volví a preguntar-
- “Eso a ellas no les importa –me respondió el Hada- Además, a ellas las abrigan las “Libemor” de sus hijos y de las personas que aman”.
- “No entiendo” – dije con mirada interrogante-
- “Sí! –me dijo- Si ellas se sienten amadas podrán cumplir mejor con su tarea. Para que la “Libemor” cubra a alguien toda la vida debe tener un número exacto de puntadas, no debe quedar ni chica ni grande. Cuando se atiende a un niño de tal forma, que sobrevive sin alegría ni esperanza, las “alfaga” darán muy pocas puntadas y la capa quedará muy cortita, el niño no se sentirá protegido ni tendrá suficiente confianza a sí mismo. Eso lo hará un niño temeroso, que ocultará la mirada e incluso su propio “yo”, para ser aceptado. Y si su madre lo sobreprotege porque le tiene miedo a la soledad o porque ella misma necesita amor, entonces las “alfaga” darán demasiadas puntadas y la “Libemor” quedará demasiado grande y se le enredará entre las piernas al niño y el niño no podrá caminar solo”.
- “Y como sabe una madre cuántas puntadas dar?.”
- “No te preocupes –me dijo- cualquier madre sensata lo sabe muy bien. Un detalle importante que no te había mencionado –continuó el Hada- es que hay una clave para que las agujas tejan.”
- “Cuál es?” –me apresuré a preguntar-
- “La clave es que la madre mire siempre a sus hijos a los ojos cuando los atiende. De esa forma, los hijos miran a la madre y entonces… Las agujas “alfaga” se pondrán a trabajar!.”
- “Y si no se miran a los ojos? – continué preguntando.
- “Todas las madres miran a sus hijos a los ojos, así es como se comunican entre ellos. Si esto no ocurriera, sería muy preocupante. Claro, generalmente las madres aman a sus hijos y les tejen unas “Libemor” preciosas que harán posible que sus hijos puedan amar y confiar en el amor. Si no tienen “Libemor” no podrán amar ni trascender, pues vivirán temerosos de ser ellos mismos y se pondrán máscaras para ser aceptados y simularán estar siempre bien, porque estarán enredados con los hilos de su “Libemor”, que se desteje como ya te dije antes.” –añadió el Hada muy seria.
- “Y qué pasa con los niños que no tienen mamá?.” –Me sentí curiosa.
- “Esa es una pregunta muy importante –dijo el Hada-, porque todos los seres humanos necesitan una “Libemor”; sin embargo, otra persona puede tejerle la suya a un niño si lo ama incondicionalmente, es decir, si el niño encuentra el amor que necesita. Te voy a explicar bien –dijo el Hada-. Si un niño no encuentra a “alguien” en especial que le dé amor y crece rodeado de personas que lo atienden por turnos, las agujas darán puntadas pero tejerán sólo retazos, no una Libemor. Sin embargo, si el niño tiene a sus padres y a alguien más, tejiéndole la suya y además tiene abuelos, tíos o personas que lo aman, todas las puntadas de la “alfaga” van a dar a la “Libemor” que la madre está tejiendo y el resultado será una “Libemor” de lujo.”
- “Y los papás que hacen?” – pensaba ahora en mi padre.
- “Cuando los papás atienden a sus hijos, también vuelan las agujas y dan unas puntadas muy vigorosas que producen unas capas muy resistentes y vistosas. Estos niños tendrán una enorme confianza en ellos mismos” –añadió el Hada.
- “Y cuando los niños crezcan? –no me cansaba de preguntar.
- “Pues… Podrán amar!. Amar no es otra cosa que quitarte tu “Libemor” y ponerla sobre los hombros de las personas que amas. Ese es el mayor don que los humanos pueden otorgar.”
- “Dicen –continúo el Hada- que la persona que recibe una “Libemor” siente un enorme bienestar, que es tanta la energía que recibe, que hasta cosquillas le hace. Y también dicen, que si esa persona que tú amas coloca su “Libemor” sobre tus hombros, te hace profundamente feliz, eso se llama “reciprocidad” y no hay nada mejor en este mundo. Sin embargo, es muy importante saber que hay personas que sólo desean ser amadas, son personas encantadoras, que dicen siempre estar bien, son muy obsequiosas y dicen que siempre son felices, hasta que te despojan de tu “Libemor”. Como no tienen amor, necesitan el tuyo. Hay que entender que uno sólo tiene amor cuando lo da, no cuando lo recibe; y, que es rico en amor el que da mucho no el que recibe mucho. El problema es, que cuando consiguen tu “Libemor” buscan otra, porque le tienen un miedo enorme a la soledad y te convierten en un fantasma que ronda a esa persona tratando de recuperar tu capa. Dicen que eso es muy triste.” – expresaba el Hada.
- “Y cómo puedes saber cuando una persona sólo desea tu “Libemor”?.” – ya sentía vergüenza de tantas preguntas.
- “Es muy sencillo –respondió el Hada- porque te hacen sufrir. No les importa ser crueles, no por maldad sino por miedo; el miedo adultera su verdadera alegría de vivir y los hace una falsa persona, y por desgracia en algunas personas es el único sentimiento arraigado. El miedo lo arruina todo. Pobre gente que por miedo al futuro no goza ni un solo día de su vida!. Un día te dicen que te quieren y que tú eres lo más bueno del mundo y, al otro día, cambian su actitud. Estas personas tienen un efecto paradójico, lo sabes?. Porque te resistes a aceptar una visión tan pobre de la vida. Algunas veces estas personas tienen poder sobre ti y no pueden renunciar a ese poder porque no nace de su fuerza, sino de su debilidad… Quizás porque alguien en quien confiaron las despojó de su “Libemor”. Cuando tienes amor no haces sufrir a nadie, ni te obsesionas, ni necesitas que te necesiten.” -terminó diciendo el Hada-
- “Pero no lo hacen a propósito?.” – Otra pregunta más.
- “No –me dijo compasiva- lo que sucede es que no han aprendido a amar. Los Mandamientos dicen: “ama a tu prójimo como a ti mismo” y esto es a la vez orden y sentencia, porque sólo podemos amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos, ni más ni menos. Sólo las personas que gustan de la vida y se aman a sí mismos, pueden enseñar a sus hijos lo que son el amor y la alegría. No se trata de ocultarse bajo la máscara de la virtud, sino de aprender a amar la vida. Un hombre llamado Mester Eckhart sintetizó estas ideas espléndidamente: ‘Si te amas a ti mismo, amas a todos como a ti mismo. Mientras ames a otra persona menos que a ti mismo, no lograrás realmente amarte; pero, si amas a todos por igual, incluyéndote a ti, los amarás como a una sola persona. Así pues, es una persona grande y virtuosa la que amándose a sí misma, ama igualmente a todos los demás’. Si amas sin miedo, recibirás siempre amor. Es una ley universal”.
- “Pero… Podrían amarte y sin embargo, tener miedo?.”
- “No! –respondió terminante el Hada- Si un día te aman apasionadamente y al otro día amaneces llena de dudas, es que no te aman. Te explicaré: amar de verdad es confiarle plenamente tu “Libemor” a la persona amada. Sin miedo. Al confiar en ella la haces crecer, la vuelves libre y tú también quedas en libertad. Los niños que se sienten amados no reclaman amor, son libres, los adultos también”.
- “Entonces, amar verdaderamente es dar confiando en la integridad del otro” –le dije yo-.
- “Exacto! –me respondió el Hada con una sonrisa- la “Libemor” no se pone con una mano y se quita con la otra. La “Libemor” se pone con las dos manos y la gente agradecida y plena, íntegra, gracias al amor!. La devuelven a tus hombros junto con la suya, sin esperar nada a cambio”.
- “Las personas adultas pueden aprender a amar verdaderamente?” –le pregunté.
- “Sí, si pueden. Si las amas incondicionalmente aprenderán a amarse y podrán amar, pero… Hay un límite! -sentenció el Hada-, si sientes que has perdido la libertad y la integridad deberás renunciar a tus deseos. El amor propio te devolverá tu “Libemor”.
- “Y cuando alguien te ama y tú no puedes amarle?. No siempre las personas se pueden amar” – Indagué.
- “Eso no es verdad! –me respondió tajante el Hada- las personas se pueden amar toda la vida cuando no esperan nada, excepto el bienestar de las personas que aman.”
- “Y, si creyendo que amas despojas a alguien de su “Libemor” –pregunté tímidamente.
- “En esos casos hay que devolver la “Libemor” recibida, para que su dueño pueda amar a otra persona. Cuando dos personas se amaron, los hilos de sus capas Libemor” se enredan y se hacen nudos más fuertes que el famoso nudo “Gordiano” -dijo el Hada-, estos nudos deben desatarse para que cada quien conserve su “Libemor”. No pueden romperse, sólo desatarse. Si tú deseas ser amada y te esfuerzas en conseguirlo, adquiriste un compromiso muy grande. No es sólo halagar tú vanidad. Es una responsabilidad recibir una “Libemor”… Hay que entenderlo muy bien para no dejar desnudo a nadie”.
- “Y… Cómo se desatan las “Libemor” –pregunté muy interesada.
- “Pues hablando! –me dijo el Hada- Qué no sabes que las palabras sirven para desatar nudos?. Es muy fácil, las mismas ganas que pusiste para que te amaran debes ponerlas ahora para que te dejen de amar. Sólo puede renunciar al amor el que tiene amor.Cuando deseabas ser amada, querías ser escuchada. Ahora, ponte en el lugar de la otra persona y escúchala. Ella sólo necesita decirte cuánto te ama y sentir que te interesa saberlo, eso la hará feliz y podrá recuperar su “Libemor”… Cómo me gustaría poder amar!.” –suspiró el Hada.
- “Porqué dices eso? –pregunté alarmada- Qué tú no puedes amar?”
- “No –me dijo con tristeza- solamente pueden amar las mujeres de verdad. Yo soy un Hada, mi nombre es “Angelfer, las hadas sólo concedemos favores”.
- “Concédeme a mí uno!. Yo estoy enamorada” –le confesé al Hada, una de esas hadas que le sonríen a los que creen en ellas.
- “Tú también tienes que aprender a amar –me dijo-. No hay tarea más difícil ni más importante que aprender a amar; amar sin miedo, con espontaneidad; amar con responsabilidad; amar a los demás respetando la historia de cada quien, sin emitir juicios absurdos basados en tu propia historia personal; mientras se aprende a amar se cometen errores que duelen y que lastiman, pero los errores son parte de la vida y debes tener el valor de aceptarlos y corregirlos. No importa cómo las personas empiezan a vivir, si no cómo terminan. Si vives inspirada en el amor, aprenderás por fin a amar con todo el corazón, con alegría y sin reproches”.
- “Y es posible? –pregunté- No es soñar con una utopía?.”
- “Los grandes sueñan con utopías y se esfuerzan por hacerlas realidad –me dijo- Tú no quieres creer?.”
- “Claro que quiero! –respondí- Concédeme un favor!. Muéstrame la forma de comprender a aquellos que tienen miedo; miedo a ser, miedo a amar, a expresarse en cualquier forma, aunque sea con frases elaboradas. Aquellos que temen hablar de sí mismos, porque quizás no les gusta lo que tienen que decir. Muéstrame como entender algunas conductas “humanas”, porque quizás en mi “ego” me he perdido en el camino y me cuestiono si seré tan sólo una ilusa, pero bueno… al menos sé quién soy”.
- “Sabes?. – le dije al Hada mientras ella sonreía- Ha sido bueno estar aquí y escucharte, porque ahora entiendo lo que es la “Libemor”, es la combinación de LIBERTAD y AMOR, que los humanos somos capaces de generar en nosotros mismo, nadie más nos lo da. Ahora entiendo que cuando alguien habla del dolor o la tristeza que hay en alguien más, está hablando de sí mismo. Cuando alguien habla de su estado permanente de felicidad, es porque quiere convencerse a sí mismo de que es feliz. Cuando alguien cuestiona la paz de otra persona, es porque se cuestiona su propia paz. Ahora entiendo que las utopías serán verdad si las quiero creer, fui siempre una necia que creyó en todo, será acaso… Porque creo en mí misma?….. mmmmm”.
- “Tengo que irme –me dijo el Hada mientras me miraba con ternura- recuerda que algunas personas sólo quieren tomar tu “Libemor”, pero se guardarán la de ellos o te la darán a medias, podrás entenderlos cuando pienses que quizás tienen miedo”.
Diciendo esto, el Hada se esfumó frente a mis ojos, en ese momento recordé que era el momento para escribir el final del cuento…
- Luis Gadea de Nicolas -

jueves, 28 de noviembre de 2013

Piel de foca, piel del alma.


En una época pasada que ahora ya desapareció para siempre y que muy pronto regresará, día tras día se suceden el blanco cielo, la blanca nieve, y todas las minúsculas manchas que se ven en la distancia son personas, perros u osos.

Aquí nada prospera gratis. Los vientos soplan con tal fuerza que ahora la gente se pone deliberadamente del revés las parkas y las mamleks, las botas. Aquí las palabras se congelan en el aire y las frases se tienen que romper en los labios del que habla y fundir a la vera del fuego para que la gente pueda comprender lo que ha dicho. Aquí la gente vive en el blanco y espeso cabello de la anciana Annuluk, la vieja abuela, la vieja bruja que es la mismísima Tierra. Y fue precisamente en esta tierra donde una vez vivió un hombre, un hombre tan solitario que, con el paso de los años, las lágrimas habían labrado unos profundos surcos en sus mejillas.

Un día estuvo cazando hasta después de anochecido pero no encontró nada. Cuando la luna apareció en el cielo y los témpanos de hielo brillaron, llegó a una gran roca moteada que sobresalía en el mar y su aguda mirada creyó ver en la parte superior de aquella roca un movimiento extremadamente delicado. Se acercó remando muy despacio a ella y observó que en lo alto de la impresionante roca danzaban unas mujeres tan desnudas como sus madres las trajeron al mundo. Pues bien, puesto que era un hombre solitario y no tenía amigos humanos más que en su recuerdo, se quedó a mirar. Las mujeres parecían seres hechos de leche de luna, en su piel brillaban unos puntitos plateados como los que tiene el salmón en primavera y sus manos y pies eran alargados y hermosos.



martes, 30 de julio de 2013

Deseo.




“El genio les ofreció tres deseos. 
Él y ella se miraron. 
Les sobraron dos.”

 

- Ángel Saavedra -

viernes, 19 de julio de 2013

FE DE ERRATAS.



Perdone, la desperté
-que hace usted en mi sueño? Atrevido
Lo mismo que usted.
- Ah sii, y que hago YO?!!
Soñar amiga, soñar que encuentra lo que busca.
-Y que busco Yo? 
Por ahora cumplir con las expectativas de álguien..
-BUENO eso a usted no le debe de importar.
Y quien le dice a usted que me importa?
-Usted, para que se metió en mi sueño!!
Yo? Linda, usted es la que esta soñando conmigo.
-Jajajaja, vaya que usted es un iluso...!!
Si, amiga, si se valiera escoger los sueños, escogeria soñarla
-jajaja, pues no le doy permiso.
Entonces deje de soñarme.
-Lo haré
Bien, pero primero, fijese en que tren va, oigaaa
Se lo dije. Primero aprender a soñar!....se cambió
al sueño que estoy soñando.....



- Trinidad Gerardo Martinez Cardenas -

lunes, 24 de junio de 2013

Celebración de la Fantasia.


Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo

-Y anda bien -le pregunté

-Atrasa un poco -reconoció.


- Eduardo Galeano -

viernes, 15 de marzo de 2013

La Tristeza.


El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del comedor.

Rosario Barros

domingo, 13 de enero de 2013

Cecilia.


Creo que son extranjeros.

Al niño calvo de la ciento uno le llaman el Hodgkin; debe de ser inglés, aunque se lamenta en un perfecto castellano.

Al gordito de al lado le dicen el Asperger, pero siempre está callado y resulta imposible averiguar su idioma.

Conmigo se confunden, me han nombrado como la Metástasis, o algo así.

Los médicos son muy raros y no se les entiende ni la mitad de sus murmuraciones.

No importa: me llamo Celia, tengo siete años y soy de Cuenca.

- Manuel Merenciano -

lunes, 7 de enero de 2013

El niño que era amigo del demonio.


Todo el mundo, en el colegio, en la casa, en la calle, le decía cosas crueles y feas del demonio, y él le vio en el infierno de su libro de doctrina, lleno de fuego, con cuernos y rabo ardiendo, con cara triste y solitaria, sentado en la caldera.

Pobre demonio -pensó-, es como los judíos, que todo el mundo les echa de su tierra”.

Y, desde entonces, todas las noches decía: “Guapo, hermoso, amigo mío” al demonio.

La madre, que le oyó, se santiguó y encendió la luz: “Ah, niño tonto, ¿tú no sabes quién es el demonio?”.

-dijo él-: sí: el demonio tienta a los malos, a los crueles. Pero yo, como soy amigo suyo, seré bueno siempre, y me dejará ir tranquilo al cielo”.


Ana María Matute -

jueves, 3 de enero de 2013

Leticia Destrenzada.


Leticia un día llegó al colegio con dos trenzas y nada más pisar el aula los niños de la clase se burlaron de ella y de su nuevo look.

-No le hagas caso, estas muy guapa, Leti- le dije viendo como sus ojos contenían las lágrimas.

La defendí, le dije a los chicos que la dejaran en paz, pero ahí siguieron dándole la lata, disfrutando viéndola cada vez más abatida. Ella se deshizo de sus trenzas dando dos enérgicos tirones de los lazos, su pelo se volvió una cascada color miel y se sentó en el pupitre mirando sus manos y dando por zanjado el problema. Me dio rabia que se las quitara, como me dio rabia que se metieran con ella por su peinado. Siempre he recordado ese día con un sentimiento frustrante. Hoy he visto a Leticia después de muchos años convertida en un miembro de la policía nacional, uniformada, segura y decidida...
No creo que ahora se suelte las trenzas por nadie...

- Bohemia -

lunes, 10 de diciembre de 2012

La mirada del mosquito.


Te pareces a un mosquito que se cree importante. Al ver una brizna de paja flotando en un charco de orina de cerdo, el mosquito levanta la cabeza y piensa : «Hace mucho tiempo que sueño con el mar y con un barco, ¡y aquí están por fin !»
El charco de agua sucia le parece profundo e ilimitado porque su iniverso tiene la estatura de sus ojos, y estos ojos sólo ven océanos semejantes a ellos. De pronto, el viento mueve un poco la brizna de paja y el mosquito se dice: « Soy un gran capitán ».
Si el mosquito conociese sus límites, sería como el halcón. Pero los mosquitos no tiene la mirada de los halcones.



- Yalal Al-Din Rumi -

lunes, 3 de diciembre de 2012

Tu carga - Mi carga


Un hombre tenía un caballo y un asno. Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al caballo:

-Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.

El caballo, haciéndose el sordo, no dijo nada; el asno cayó víctima de la fatiga y murió allí mismo. Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno. El caballo suspiró y dijo:

-¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo, ahora tengo que cargar con todo y hasta con la piel del asno!

Cuando no tiendes la mano al prójimo, te perjudicas a ti mismo.


 - Esopo -

La obra maestra.


El mono cogió un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y, cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:

-¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.

Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque él era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello sólo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos animales lo que había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.


- Álvaro Yunque -

jueves, 15 de noviembre de 2012

El niño al que se le murió el amigo.


Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: “el amigo se murió. Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar”.El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. “Él volverá”, pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hoja­lata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar. “Entra, niño, que llega el frío”, dijo la madre. Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos, y pensó: “qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada”. Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y le dijo: “cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido”. Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.


- Ana María Matute -