Todo el mundo, en el colegio, en la casa, en la calle, le decía cosas crueles y feas del demonio, y él le vio en el infierno de su libro de doctrina, lleno de fuego, con cuernos y rabo ardiendo, con cara triste y solitaria, sentado en la caldera.
“Pobre demonio -pensó-, es como los judíos, que todo el mundo les echa de su tierra”.
Y, desde entonces, todas las noches decía: “Guapo, hermoso, amigo mío” al demonio.
La madre, que le oyó, se santiguó y encendió la luz: “Ah, niño tonto, ¿tú no sabes quién es el demonio?”.
“Sí -dijo él-: sí: el demonio tienta a los malos, a los crueles. Pero yo, como soy amigo suyo, seré bueno siempre, y me dejará ir tranquilo al cielo”.
- Ana María Matute -
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